Shaun Tan. Cuentos de la periferia

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La fiesta sin nombre
La fiesta sin nombre tiene lugar una vez al año, a menudo en agosto, a veces en octubre. Niños y adultos la esperan con emoción: aunque no es una fiesta propiamente dicha, es una especie de celebración cuyo origen se olvidó hace mucho tiempo.
De hecho, de esta fiesta solo se conoce el ritual: primero se deja una de las posesiones más queridas en el suelo del dormitorio; después se elige un objeto especial (tiene que ser el adecuado) y, subiendo por una escalera hasta el tejado, se coloca bajo la antena de televisión (previamente decorada con pequeños adornos como envoltorios de chocolatinas, CD viejos y tapas de yogurt que habremos limpiado a lametones, todo ello formando una guirnalda con unos nudos correderos especiales).
A continuación tiene lugar el tradicional picnic de medianoche en el patio, en el jardín o cualquier otro lugar desde donde se vea bien el tejado de la casa, al otro lado de la calle, si es necesario; por eso se ven tantas familias sentadas sobre una manta junto a la carretera. Esas reuniones dan lugar a entrañables recuerdos de panecillos de jengibre en forma de cuervo recién hechos, zumo de granada caliente, áspero como un cuchillo, y silbatos de plástico inaudibles para el oído, tanto humano como canino. Eso por no hablar de la charla emocionada, de las risas y del murmuro cortés de los que piden que se respete el silencio de rigor.
Los que permanecen despiertos el tiempo suficiente, y como recompensa a su paciencia, llegan a oír un sonido que siempre hace que todo el mundo contenga la respiración por un instante: los golpecitos sordos de unas pezuñas que bajan por las tejas. El hecho es siempre sorprendente, cuesta creerlo, uno tiene la sensación de estar soñando despierto o de ver cómo un rumor se vuelve sólido. Pero sí, es él, el reno sin nombre: enorme, ciego como un murciélago, que olisquea la antena de televisión con infinita paciencia animal. Siempre sabe qué objetos son tan queridos que su pérdida será como si se rompiera una fibra en el corazón, y son solamente esos los que embiste con ternura, hasta que se le quedan enredados en la cornamenta.

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