Javier Marías. Los enamoramientos

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Fragmento
La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última vez que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él un palabra. 
Ni siquiera sabía su nombre, lo supe solo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en un muerto, si es que no lo era ya para su propia conciencia ausente que nunca volvió a presentarse: lo último de lo que se debió de dar cuenta fue de que lo acuchillaban por confusión y sin causa, es decir, imbécilmente, y además una y otra vez, sin salvación, no una sola, con voluntad de suprimirlo del mundo y echarlo sin dilación de la tierra, allí y entonces. Tarde para qué, me pregunto. La verdad es que lo ignoro. Es solo que cuando alguien muere, pensamos que ya se ha hecho tarde para cualquier cosa, para todo-más aún para esperarlo-, y nos limitamos a darlo de baja.

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